Pocos sitios esconden tanto misterio como una mina abandonada, siendo que comúnmente no sobran las oportunidades para visitar una. En La Jayona, en la sierra que funciona como límite divisorio entre Extremadura y Andalucía, es posible ver en primera persona cómo la naturaleza ha podido convertir el esfuerzo del hombre para dar lugar a un entorno realmente único.
La explotación de la Mina La Jayona tuvo lugar en 1921, año en que dicha mina fue cerrada. Hasta ese momento, cientos de mineros realizaron allí la dura labor de extraer hierro. Al principio, la extracción la hacían con la ayuda de caballerías, que posteriormente fue sustituída por un cable aéreo que conectaba la mina con la estación de ferrocarril.
Recién en 1997, tras haber transcurrido más de siete décadas del cierre de la mina, este lugar fue reflotado al ser declarado como monumento natural. Claro que, para ese entonces, la naturaleza se había apoderado de las galerías que estuvieron durante largos años abandonadas, creando de ese modo en los roquedales de la mina un rico ecosistema, compuesto por muerciélafos, musgo, helechos, plantas trepadoras, insectos y algunas especies de aves.
Si bien el acceso a la mina es totalmente gratuito, para poder visitarla es necesario llamar antes al ayuntamiento al cual pertenece, Fuente del Arco, pues es allí donde se encargan de organizar las visitas guiadas que conducen a los visitantes por las tres galerías que están habilitadas.
En su interior, pueden contemplarse de lleno los espejos de falla, las estrías, los procesos kársticos y las chamelas de pliegues, originados por fenómenos geológicos.
La mina es el principal atractivo turístico de Fuente del Arco, un acogedor pueblo que se alza en torno a su Plaza Mayor, donde se ubica la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción.
A pocos kilómetros de este municipio, en la zona de las sierras, vale la pena visitar la ermita de Nuestra Señora del Ara, templo de estilo mudéjar y barroco que, si bien no posee un exterior que llame mucho la atención, presenta en su interior muros y bóvedas que se hallan recubiertos de frescos de sumo encanto, que transportan imaginariamente al visitante a la Capilla Sixtina.
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