Sumergirse en los pueblos de Guadalajara es como viajar atrás en el tiempo. Investigar su cultura, su gastronomía y deleitarse con sus rincones más auténticos, es un viaje que nadie debe dejar escapar.
A poco más de media hora de Madrid nos encontramos con un pueblo con mucho encanto: Brihuega. Un lugar en el que pasear y relajarse, comer y divertirse, es todo en uno.
Cinco metros de altura con cientos de historias que contar
Su historia se remonta a pleno Siglo II a.C. y algunos vestigios de esa vida, aún se mantienen en pie. Es el caso de la muralla árabe que la cobija. Declarada Conjunto Monumental Histórico-Artístico, tardó casi dos siglos en ser construida, pero aún conserva parte de sus arcos y puertas de entrada a la ciudad. Las más conocidas, las de San Miguel, Corazón y la Cadena.
También, el castillo de Peña Bermeja. Un conjunto en el que se mezcla la sangre árabe y cristiana y que domina por completo el conjunto de la ciudad. Situado en un saliente rocoso, la construcción ha ido variando sus usos durante los años, y quizá por ello las reformas se han sucedido para ampliarlo y conservarlo en buen estado. Aunque algunas partes, como su foso y su pequeña capilla, fueron destruidos por hechos históricos acaecidos en la ciudad alcarreña.
Historia que desaparece y que se recupera para ser expuesta
En nuestro viaje también sería interesante dedicar tiempo a conocer la Real Fábrica de Paños. Según la historia, el más emblemático de los edificios de Brihuega por su importancia sociopolítica. A pesar de que en la actualidad se encuentra medio derruido, se intuye esa planta circular que ofrecía su gran patio, el nexo de unión de sus dos plantas.
Un lugar en el que imaginarnos cómo resultaba de complejo esa transformación de las telas en paños, con sus tinturas y sus detalles a mano. Quizá por eso, por mantener vivo un lugar con tanta historia, los veranos la Asociación de Amigos de Brihuega organizan, en sus jardines, conciertos corales y de música clásica, que parecen llamar en forma de notas musicales a esa historia que fue realidad un día.
A esto habría que sumar el Museo Mundial de Miniaturas Max. Un ilusionista de fama mundial que fue coleccionando miniaturas a lo largo y ancho de todos los viajes que realizó. Una colección que han continuado sus hijos y nietos y han decidido establecer en Brihuega para que la gente conozca la grandeza que puede encerrar un grano de arroz.