Tranquilo, silencioso y con alma. Este pueblo cercano a la ciudad de Benidorm (a unos nueve kilómetros), es un ejemplo de cómo la historia se conserva y se deja ver, oler, sentir y tocar en un lugar, Altea.
Sus fachadas blancas coronadas por el Castillo, hacen que el visitante se sorprenda nada más poner los pies en esta pequeña localidad, rodeada de montañas, que acaban por convertir a Altea en un lugar ideal en el que el clima se mantiene tanto en invierno como en verano, sin grandes saltos.
Lugar de escritores y artistas
Desde hace años, Altea ha sido frecuentado por el mundo del arte, especialmente en la zona próxima a la iglesia Nuestra Señora del Consuelo, construida en 1910. Un lugar que emana belleza, por sus azulejos pintados a mano y su cúpula azul marino, al más puro estilo mediterráneo.
Ese primer vistazo de la cúpula, me hizo transportarme a las islas griegas, en donde fachadas blancas y ventanas y cúpulas azules, te devuelven al mar. A ese mar eterno que ha inspirado tantas historias y tantos cuadros.
Es por eso que no debe sorprendernos que sea, precisamente este emplazamiento en la zona más antigua de Altea, el que hayan escogido durante años los artistas para crear sus obras. Y también el punto de arranque de muchas rutas a pie por la ciudad, porque si algo tiene este tranquilo pueblo costero, es la facilidad de recorrerlo a pie.
Caminar y disfrutar de un fabuloso rompeolas
Bajando hacia el puerto, encontramos una parada inevitable a contemplar la fuerza del mar y la maravilla de un atardecer plagado de colores que se suceden ante nosotros. El rompeolas de Altea, es ese paisaje que todo el mundo espera contemplar, al menos, una vez en la vida.
Una zona en la que podremos descansar de nuestro paseo tomando algo al aire libre o en alguno de sus establecimientos, en donde degustar marisco fresco es una verdadera necesidad, porque los olores te embriagan desde el primer instante que pones el pie en el paseo marítimo.
Además, podemos comprar bellas piezas de artesanía en su mercado, ubicado en pleno puerto y abierto al público, de forma ininterrumpida, desde Semana Santa hasta el mes de septiembre. Todos ellos, productos autóctonos hechos a mano y a buen precio, ¿qué más se puede pedir?
Una buena ocasión para llevarnos un recuerdo, de un lugar en la costa alicantina, que nos haga regresar a ese paisaje entre montañas, con fachadas blancas y cúpulas azul marino, una y otra vez.